
Sexys cuerpos vanos, bellos rostros fotográficos...
De miradas presuntuosas, ellos contienen dentro de sus poros el sudor de los bellos atletas del Olimpo.
Con un andar acorde con los tiempos, los tacones de sus calzados anuncian la llegada de la última tendencia cosmopolita.
El oro más refinado reluce en el centro de sus ojos.
El brillo de los más preciados diamantes resplandece en sus sonrisas de portada.
(Mi ciudad los anuncia, con la mirada de los pequeños seres renegridos: compañeros suyos de calles, que les actúan como gnomos dignos de su más imponente indiferencia. Y, es que ellos no son bellos, indeciso se encuentra su color de piel: ni ébano, ni puramente blanco, como la nieve resplandeciendo bajo el apoteósico sol.
Imperfectos seres mal culminados, castigados con la fealdad por la madre naturaleza.)
Perfectos Apolos, 2000 veces dioses de la belleza.
Escarlata en sus cabellos.
Escarcha de papel platinado haciendo fiesta en sus corazones.
Rubor en sus mejillas de porcelana,
y un oscuro vacío de color en la profundidad de su dolor, de su alma.
Falta de fragilidad en el seno de sus miradas, en la armonía de sus sonrisas.
Paso lento, no seguro. Paso apresurado.
Paso de puntillas, contradiciendo la fortaleza del viento.
De pronto, les ataca la apología de un juez desnudando a todos los seres -terrible recuerdo- volviéndolos desprovistos del hermoso color que la frialdad regala a los inocentes seres salvados por mitológicos oráculos espantados ante la inmisericorde revelación de lo feo.
Sonrisa desencajada esta vez en ellos, ángulo fuera del rutinario enfoque: bello, delicado, despreciablemente limpio y perfecto.
Paso ligero
Paso ligero...
Paso ligero. Una traición al paso, torpe movimiento: de frente, se han quedado estancados, allí, parados en primerísima fila, para la contemplación de una tenebrosa revelación:
Llegaron los alados, defectuosos, tal como cualquier transeúnte sin mayor brillo ni bronce en la faz.
Su venida anuncia la llegada de aquel día, donde ellos también podrás ser bellos como Dios...
Como todos nosotros.
De miradas presuntuosas, ellos contienen dentro de sus poros el sudor de los bellos atletas del Olimpo.
Con un andar acorde con los tiempos, los tacones de sus calzados anuncian la llegada de la última tendencia cosmopolita.
El oro más refinado reluce en el centro de sus ojos.
El brillo de los más preciados diamantes resplandece en sus sonrisas de portada.
(Mi ciudad los anuncia, con la mirada de los pequeños seres renegridos: compañeros suyos de calles, que les actúan como gnomos dignos de su más imponente indiferencia. Y, es que ellos no son bellos, indeciso se encuentra su color de piel: ni ébano, ni puramente blanco, como la nieve resplandeciendo bajo el apoteósico sol.
Imperfectos seres mal culminados, castigados con la fealdad por la madre naturaleza.)
Perfectos Apolos, 2000 veces dioses de la belleza.
Escarlata en sus cabellos.
Escarcha de papel platinado haciendo fiesta en sus corazones.
Rubor en sus mejillas de porcelana,
y un oscuro vacío de color en la profundidad de su dolor, de su alma.
Falta de fragilidad en el seno de sus miradas, en la armonía de sus sonrisas.
Paso lento, no seguro. Paso apresurado.
Paso de puntillas, contradiciendo la fortaleza del viento.
De pronto, les ataca la apología de un juez desnudando a todos los seres -terrible recuerdo- volviéndolos desprovistos del hermoso color que la frialdad regala a los inocentes seres salvados por mitológicos oráculos espantados ante la inmisericorde revelación de lo feo.
Sonrisa desencajada esta vez en ellos, ángulo fuera del rutinario enfoque: bello, delicado, despreciablemente limpio y perfecto.
Paso ligero
Paso ligero...
Paso ligero. Una traición al paso, torpe movimiento: de frente, se han quedado estancados, allí, parados en primerísima fila, para la contemplación de una tenebrosa revelación:
Llegaron los alados, defectuosos, tal como cualquier transeúnte sin mayor brillo ni bronce en la faz.
Su venida anuncia la llegada de aquel día, donde ellos también podrás ser bellos como Dios...
Como todos nosotros.